La Batalla de Puente Milvio.

La batalla del Puente Milvio (312 d.C.) catapultó al poder a la dinastía Constantiniana, que gobernó Roma durante buena parte del siglo. En ella se enfrentaron Constantino y Majencio, aspirantes ambos al título de emperador de Occidente. Los dos eran hijos de soberanos, Constantino de Constancio Cloro y Majencio de Maximiano.
El emperador Diocleciano había diseñado un sistema político, la tetrarquía, en el cual el parentesco no contaba demasiado para ser emperador. Diocleciano había llegado al poder tras el asesinato de su predecesor, el emperador Numerio. Poco después cedió el Occidente a uno de sus generales, Maximiano, mientras él se dedicó a gobernar en Oriente. Los dos reinaron con el título de augusto en igualdad de condiciones. Para tratar de prevenir las crisis sucesorias que se desataban a la muerte de los emperadores, cada augusto designó en vida a alguien de su confianza como sucesor, entregándole parte de sus dominios para que los gobernara y estableciese en ellos su propia corte. Los dos sucesores (el de oriente y el de occidente) recibieron el título de césar. Diocleciano escogió para el cargo a su general Galerio mientras que Maximiano hizo lo propio con otro de sus generales, Constancio Cloro. La idea era que cuando alcanzasen el cetro imperial escogieran a su vez un nuevo césar que sería su sucesor. El sistema se puso a prueba en 305, cuando Diocleciano convenció a su colega Maximiano para abdicar. La sorpresa vino cuando los nuevos emperadores, Galerio y Constancio Cloro, escogieron como césares a Maximino Daya y a Severo II, respectivamente, en lugar de a Constantino y Majencio, que era lo que todo el mundo esperaba. Al morir Constancio al cabo de un año, sus tropas proclamaron augusto a su hijo Constantino, pese a que el puesto le correspondía a Severo. Galerio era el único augusto cuyo puesto no era discutido, por lo que se entrevistó con Constantino y le convenció de que rechazase el nombramiento como augusto. Como recompensa Severo le nombró césar designándole así como su sucesor. Mientras todo esto pasaba, en Roma Majencio ardía de celos al ver como alguien en su misma situación (hijo de augusto) lograba algo que a él le era sistemáticamente vedado: el poder. Por ello comenzó a intrigar y se autoproclamó augusto de occidente con el apoyo de la guardia pretoriana.
Esto sumió al Imperio en una gran crisis, llegando a existir hasta ocho emperadores luchando por el trono. En todo este maremágnum de inestabilidad y violencia, Constantino fue el que supo manejarse con la suficiente inteligencia como para ir eliminando a sus rivales uno a uno. El primero fue Maximiano, el augusto emérito que había intentado recuperar el poder. Maximiano había acudido a Roma a la llamada de Majencio, que le había propuesto que reinasen los dos conjuntamente. Sin embargo las cosas se torcieron pronto, y en una asamblea de notables criticó el gobierno de su hijo, al que llegó a asir de sus ropajes imperiales. Maximiano contaba con el apoyo de las tropas que, sin embargo, se mantuvieron fieles a su hijo. Por ello hubo de abandonar precipitadamente la corte de Roma y se trasladó a la Galia, donde estaba la corte de Constantino, esposo de su hija Fausta. Sin embargo, poco después aprovechó una ausencia de su yerno para hacer correr el rumor de que había muerto e intentar proclamarse emperador. Pagó muy cara la traición, ya que cuando Constantino volvió al campamento y se enteró del conato de golpe de estado le condenó a muerte obligándole a suicidarse.
Majencio había roto relaciones hacía mucho con su padre, pero su muerte le brindó una ocasión única para eliminar a Constantino en su camino hacia el poder absoluto. Se presentó como un ejemplo de amor filial y declaró que vengaría a su padre venciendo en batalla al hombre que ordenó su muerte. El lugar escogido para la lucha fue muy próximo a Roma, en las proximidades del Puente Milvio, un puente que unía Roma con la Via Flaminia, una de las principales carreteras del Imperio. Cuando Majencio se enteró de que Constantino había invadido el norte de Italia y se acercaba a Roma decidió estrechar el puente poniendo toda una serie de obstáculos con el objetivo de retrasar la llegada de los invasores y tener tiempo para prepararse para un largo asedio. Sin embargo, algo le hizo cambiar de idea y decidió salir a presentar batalla. Para cruzar el Tíber con el puente prácticamente inservible improvisaron una pequeña pasarela de madera por la que pasó su ejército, compuesto por unos 100.000 hombres. Majencio ordenó erigir el campamento en las proximidades del Tíber y allí se quedó a esperar la llegada de su enemigo.
Constantino disponía de un ejército menor formado por 40.000 hombres aproximadamente. Cuando avistó a su enemigo acampado enfrente de la orilla del Tíber ordenó detener la marcha de sus hombres e improvisaron un campamento para pasar la noche. Aquí llegamos a uno de los puntos que marcaron la historia y que han sido recreados cientos de veces en el arte, la literatura y el cine. Aquella misma noche, mientras dormía, vio en sueños una cruz luminosa y oyó una voz que le dijo: «In hoc signo vinces (Bajo este signo vencerás)». Al despertar ordenó a todos sus soldados que pintasen en sus escudos las dos prieras letras de la palabra griega Christos.
Al margen de supersticiones, Constantino era un gran militar, y la geografía de la batalla fue su mayor aliada. Se dio cuenta de que Majencio había acampado muy cerca del río. Por ello ordenó una carga casi desesperada contra la caballería enemiga. Los soldados de a pie de Constantino observaron que los caballos carecían de protección por lo que se dedicaron a matarlos para desmontar a sus jinetes. El caos se apoderó de los defensores que se dirigieron a toda velocidad hacia el puente y el pontón, donde se aplastaron unos a otros, otros murieron ahogados o apuñalados por la vanguardia de Constantino. Entre los que huían estaba Majencio que murió ahogado por el peso de su armadura, su cuerpo fue identificado por las tropas de Constantino que le decapitaron. El vencedor decidió entrar en la ciudad acompañado de la cabeza de Majencio como símbolo de su victoria.
Aún quedaban emperadores en otras zonas del Imperio, Constantino no sería amo único del mundo romano hasta la deposición de Licinio en 325, pero al vencer había quedado como dueño del Imperio occidental. Durante su reinado hubo grandes transformaciones que cambiaron para siempre la historia. Abrió la puerta al cristianismo, que se convertiría en la religión oficial del Estado romano más de medio siglo después, aunque Constantino no se convirtió hasta poco antes de morir. También construyó una nueva capital en el Cuerno de Oro que recibiría el nombre de Constantinopla.


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