QUE PASO CON JUAN DE ESCOBEDO ( SECRETARIO DE JUAN DE AUSTRIA ) ?

A las siete de la tarde de un 31 de marzo de 1578, justo hoy hacen 437 años, Juan de Escobedo, secretario y mano derecha de Don Juan de Austria, el hermano bastardo del Rey, encontró la muerte en la calle Almudena de Madrid. El secretario cantabro había estado «gran rato, hasta ser de noche» en casa de Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli y viuda de Ruy Gómez de Silva. Cuando regresó a su hospedaje junto a dos criados y un paje, los cuales iban alumbrando su paso con antorchas, fue emboscado por un grupo de hombres armados. Como narra Geoffrey Parker en su biografía definitiva sobre Felipe II, uno de ellos le mató de una sola estocada que «atravesó su cuerpo de lado a lado». La estocada parecía firmada por un soldado profesional. Los testigos del ataque se lanzaron a la captura de los asaltantes, que, pese a perder dos capas, un arcabuz, un puñal y un ferrarolo en el forcejeo, consiguieron huir amparados en la oscuridad. A primera hora de la mañana siguiente, Felipe II, que se encontraba en San Lorenzo de El Escorial pasando la Semana Santa, recibió una nota del también secretario de Estado Mateo Vázquez que le comunicaba el asesinato. «Fue muy bien enviarme luego lo de Escobedo, que vi en la cama, porque la nueva ha sido extraña», contestó el Monarca en uno de sus habituales notas breves (en una ocasión presumió de haber firmado 400 fichas en una sola mañana).
¿Por qué la muerte de Escobedo resultaba «extraña» a ojos del Rey? No podía parecerle tan extraño algo que había autorizado él y que había ocurrido a pocos metros del Alcázar Real. Como Gregorio Marañónseñaló en su libro «Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época» (1947), las transcripciones de los documentos copiados en los «Procesos de Castilla contra Antonio Pérez» demuestran más allá de toda duda que «a Felipe II no se le puede absolver de una parte importante de la culpabilidad en este crimen». Así, las evidencias históricas demuestran que el Rey, si bien no conocía los detalles ni habría estado de acuerdo posiblemente con un plan tan escandaloso, había autorizado tres meses atrás a Antonio Pérez para que preparara el asesinato del secretario de Don Juan de Austria.
Ni siquiera era el primer intento de acabar con su vida. A principios de año, Diego de Martínez, mayordomo de Antonio Pérez, arrojó unos polvos en «en el puchero en el que guisaban la porción de Escobedo» durante una comida en la casa que el secretario del Rey tenía en la Plaza del Cordón. Sin que hiciera efecto grave en Escobedo, salvo cierta indisposición en el secretario, Pérez ordenó una tercera tentativa a Diego Martínez justificándose en «que convenía al servicio de Su Majestad».
Finalmente, Juan Rubio, un joven pícaro contratado por Martínez, echó «un dedal de ciertos polvos» en la olla de Escobedo, en ese momento recuperándose de la indisposición en su vivienda familiar. No obstante, Escobedo se percató de que algo olía mal en esa sopa y acusó a una esclava morisca encargada de la cocina de intentar envenenarle. La esclava fue arrestada y torturada, tras lo cual confesó sorprendentemente que sí portaba un veneno, pero que su verdadero objetivo era la esposa de Escobedo, quien le propinaba gran número de palizas. Fue ahorcada por la supuesta tentativa.
Cansado de los fracasos, Antonio Pérez reunió a un grupo dispuesto a asesinar de forma directa a Escobedo. En el grupo estaba Martínez, mayordomo del poderoso secretario; Antonio Enríquez, antiguo paje del secretario; Miguel Bosque, un medio-hermano de Enríquez; Juan de Mesa, otro antiguo criado de Pérez; el galopín Juan Rubio y un espadachín llamado Insausti. Una vez perpetrado el ataque con éxito, los seis homicidas huyeron hacia Aragón, lejos de la autoridad de los magistrados de Castilla, donde recibieron su recompensa acordada. Además de oro, Antonio Pérez facilitó a tres de ellos «una cédula y carta firmada de Su Majestad, de 20 escudos de entretenimiento, con título de alférez en uno de los presidios españoles en Italia».
Por si la recompensa que recibió el grupo de asesinos de manos del Rey no dejó bastante clara su implicación en el suceso, el propio Felipe II admitió su responsabilidad durante el proceso de 1589 en el que se investigó el caso, y pidió a los jueces que interrogaran a Pérez sobre las falsas causas que le presentó «para que Su Majestad diese su consentimiento a la muerte de Escobedo». Por tanto, la principal duda que se platean hoy los historiadores es: ¿Autorizó Felipe II el asesinato en la vía pública, que definió como «extraño», o solo los envenenamientos? El hispanista Geoffrey Parker expone en su biografía definitiva sobre Felipe II que «hay evidencias, tanto directas como indirectas, de la complicidad del Rey en todas las etapas del asesinato. Primero, se había dejado convencer por Pérez de que Juan de Austria y su secretario eran unos traidores; y, segundo, de que el asesinato de Escobedo, por cualquier medio, constituía la única forma de frustrar su traición…».

¿Por qué quería Antonio Pérez acabar con Escobedo?

En 1574, Pérez designó a su antiguo «criado» Juan de Escobedo –entonces secretario de Hacienda– como secretario personal de Don Juan de Austria con la intención de que diera meticulosa cuenta de los asuntos del hermano del Rey, quien en 1576 fue nombrado Gobernador de los Países Bajos. Sin embargo, el carismático Don Juan de Austria no tardó en ganarse la lealtad de su secretario, por lo que dejó de informar de sus movimientos. Al contrario, Escobedo viajó varias a España para reclamar el envío de tropas y fondos a Flandes. En su último viaje, a principios de 1578, Escobedo habría intentado chantajear a Pérez a cambio de apoyos en Flandes con la amenaza de revelar al Rey cierta información. Así, se especula con que Escobedo era capaz de demostrar que Pérez aceptaba sobornos y dávisas; y que sabía detalles sobre la relación de Pérez con la Princesa de Éboli, viuda de Ruy Gómez, amigo y consejero de Felipe II.
Pérez utilizó la manipulación para presentar al hermanastro del Rey y a su secretario como dos conspiradores que planeaban derrocarle. Para ello, el secretario argumentó que las conversaciones que había mantenido en secreto Don Juan de Austria con el Papa Gregorio XIII y con el líder de los católicos franceses, el duque de Guisa, perseguían «venir a ganar a España y echar a su Majestad». El Monarca, «desconfiado por naturaleza», albergaba sospechas especialmente profundas sobre las ambiciones de su hermano en Flandes y en Inglaterra, donde había visto con buenos ojos un plan del Papa para atacar las islas y casarse con la católica María de Estuardo. La idea, por tanto, no sonó nada inverosímil a oídos del Rey, que en las navidades de 1577 autorizó el asesinato.
«Deseo en el alma poner la vida en defensa de esta verdad, y si me es lícito, suplico, humildemente a Vuestra Majestad me dé licencia para hacerlo, diciendo a Antonio Pérez cuán mala y falsamente miente y que se lo haré conocer de mi persona a la suya. Será que Antonio Pérez salga del mundo y reciba en él la debida pena por su atrevimiento», firmó Andrés de Pradael sucesor de Escobedo como secretario de Don Juan de Austria, en una carta (también recogida en el libro de Geoffrey Parker) al Rey al saber de las maquinaciones de Pérez. Si bien la implicación de Antonio Pérez en el asesinato era un secreto a voces, incluso en Flandes, el Rey protegió a su secretario e hizo oídos sordos a quienes advirtieron de que Pérez «quitaba de los billetes los pares y daba los nones» –como escribió en una ocasión Gaspar de Quiroga– hasta que un acontecimiento inesperado removió la conciencia del Monarca.
La muerte de Don Juan de Austria en Flandes en circunstancias trágicas y sintiéndose abandonado por su hermano supuso el principio del fin de Antonio Pérez, que había continuado con su vida plagada de lujo en Madrid sin sentir amenazada la red de mentiras y sobornos que sostenía a costa de la credulidad del Rey. Tras una ofensiva encabezada por Mateo Vázquez para demostrar las intrigas de Pérez, el secretario hizo llegar al Monarca la correspondencia de Don Juan de Austria, que demostraba que nunca había estado implicado en un complot contra su hermano, y pruebas que destapaban la red de sobornos. Felipe II ordenó la detención de Pérez la noche del 28 de julio de 1579.

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